domingo, 5 de septiembre de 2010

LOS PERROS CULTOS

Los perros cultos. El solo hecho de pronunciar estas palabras nos produce un inevitable respeto. Los perros cultos constituían la mayor afrenta, el mayor deshonor que podía padecer un hombre.

Había veces que corría la voz de que a “Fulano” le habían dado los perros cultos. Siempre eran comentarios de difícil confirmación, pero siempre, también, causaban un cierto menoscabo de la dignidad de la persona a la que se le atribuía haber sido el objeto de la broma.

Los perros cultos consistían en que varias mujeres sujetaban fuertemente a un joven y, bajándole los pantalones, le refregaban sus partes con barro. Un barro que generalmente estaba hecho con tierra y orines.

Era un tipo de broma, una humillación o como se quiera llamar, contra la que los jóvenes tenían que estar prevenidos en todas aquellas situaciones en las que se sintieran desprotegidos y en presencia de mujeres de cierta edad, pues las jóvenes nunca llegarían a atreverse a protagonizar tal iniquidad.

Cuando un joven se iba a desplazar a algún pueblo vecino era normal que fuese prevenido por sus paisanos ¡Ten cuidado, no te vayan a dar los perros cultos!

Se decía que “el apañijo” suponía una situación propicia para que un joven sufriera esta deshonra, pues era normal que las cuadrillas estuvieran formadas mayoritariamente por mujeres de edad maduras.

Por esto, no era extraño que cuando un chico se incorporaba a una cuadrilla sus padres lo encomendaran, o recomendaran, a una de las mujeres de la misma. Esta protección era decisiva y muy eficaz.

Esto de “dar los perros cultos” también formaba parte de los juegos infantiles, pues el niño se siente impulsado a imitar a sus mayores. Entre los juegos infantiles nunca faltó esto de "embarrar” la ingle a algún niño que osara alejarse de su zona e juego, pues cada cual se movía en los alrededores de su casa. Sin embargo, esto no pasaba de se una broma de mal gusto. Todo quedaba en el círculo infantil.

En el ámbito de las personas mayores, de los jóvenes, este “tormento” era considerado como algo tan grave que sus secuelas no sólo afectaban a quienes padecían los perros cultos, sino que alcanzaban, de forma muy directa, a sus familiares más cercanos (padres y hermanos) y, de forma tangencial, a los menos allegados (tíos y primos).

Cuando alguien era salpicado de tal vergüenza, la solución para intentar salir del atolladero residía en alejarse de los lugares públicos. Dejar, por un tiempo prudencial, de frecuentar bares, paseos, cine, tertulias, etc.

Los familiares más directos solían optar por tomar las mismas medidas preventivas que el “perrocultado”, mientras que los familiares más alejados se veían sometidos a las miradas, sonrisas, golpes de codo, guiños y otros gestos de alerta y de sorna, cuando llegaban al casino o se cruzaban en la calle con algún grupito de personas que conocían los hechos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hay que ver lo que se apredende aquí, nunca supupe en que consistia esto que considero una crueldad; afortunadamente esas cosas han pasado ya a la historia.
Saludos.
Pilar

 

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