domingo, 15 de enero de 2012

Días de Fiesta

DÍAS DE FIESTA


Los días de fiesta, los “disantos”, no tenían el mismo significado para todos. Es posible que haya habido en el pueblo quien nunca llegase a saber distinguir los días feriados de los hábiles. Estas personas pudieron ser aquellas que vivían en el campo. Sus vidas estaban íntimamente ligadas a la tierra, a los animales que estaban bajo su cuidado y a las interminables tareas que requerían la una y los otros. Vivían en sus chozas y se relacionaban con el pueblo cuando bajaban a por el “costo”, que no era otra cosa que el suministro de víveres para unos cuantos días, y a cortarse el pelo o la barba, lo cual sucedía muy de tarde en tarde.

Existía la prohibición de realizar trabajos los días de fiesta, sin embargo, esta proscripción nunca se llevó a efecto, por esto, durante las mañanas de los días festivos, la mayor parte de los que residían en el pueblo realizaban sus tareas con absoluta normalidad y, por la tard, se ponían “la ropa de los domingos” y salían a dar una vuelta. Salían los hombres, ya que para las mujeres rezaba el dicho de “mujer casada, pata quebrada”, o sea, que en cuanto a fiestas la mujer casada sólo salía de casa para acompañar a su marido algún día de Feria o en las fiestas de Flores y Rocamador.

Había otra parte del pueblo que sí celebraba plenamente el domingo. Éstos salían por la mañana y por la tarde. Por la mañana asistían a misa y por la tarde paseaban en la Plaza, se reunían con sus amigos en un bar e iban al baile, cuando lo había, o al cine.

El “paseo” importante era el de la Plaza, pero, en aquellas tarde de primavera en las que la temperatura invitaba a estar en el campo, los jóvenes participaban de otro “paseo”. Se trataba del que tenía lugar en la carretera de Barrancos. Aquellas tardes de día de fiesta, la juventud bajaba por la calle de la Fuente o por la Cobijá y caminaba por la carretera de Barrancos hasta “el lanchar”.

Pasear por la carretera, por la que rara vez circulaba algún vehículo, aprovechando la agradable temperatura que proporcionaba el sol en sus horas finales, era sencillamente delicioso. Cuando hacía acto de presencia el cansancio, los paseantes interrumpían el caminar y se sentaban en la cuneta. Allí, sentados sobre la hierba, charlaban animadamente o pasaban un rato de ilusión deshojando margaritas.

Deshojar las margaritas suponía poner el pensamiento en la persona amada y arrancar los pequeños pétalos de la flor al tiempo que se iban pronunciando las consabidas frases de: “me quiere…, mucho…, poco,… nada…”. Si el acto de arrancar el último pétalo coincidía con la pronunciación de la frase deseada, no merecía la pena volver a probar, no fuese a estropearse el “invento”. Si, por el contrario, al arrancar el pétalo se pronunciaba la palabra “nada”, era lógico que se tomara otra flor y se buscara nuevamente la solución al enigma amoroso.

Además, estas horas proporcionaban unas deliciosas sensaciones. Todos se habían despojado de las gruesas ropas del invierno y, ahora, las camisas de mangas cortas permitían el roce del antebrazo con el de la chica junto a la que se paseaba. Sentir la suavidad y el calor de su piel durante unos segundos representaba el “desideratum”.

Normalmente, este paseo no se prolongaba durante mucho tiempo, pues, como antes se ha dicho, el realmente importante era el que más tarde tendría lugar en la Plaza. Por esto había que regresar a casa con tiempo suficiente para arreglarse y participar en él.

Cuando empezaba a desvanecerse la luz del sol, los jóvenes se ponían de “punta en blanco” y recibían su “paga semanal”. Tras este obligado ritual, había llegado la hora de dirigirse a la Plaza para tomar parte en el paseo”.

El ir tan bien trajeado suponía, cuando llegaba la primavera, tener que prestar gran atención cuando se pasaba por la esquina de la torre. Esto era debido a que en estas fechas llegaban al pueblo las cigüeñas, las cuales reconstruían los viejos nidos que ellas mismas habían dejado abandonados el año anterior. Con su llegada el pueblo se llenaba de alegría, el silencio del invierno se rompía con sus agradables crotoreos, sin embargo, su presencia en lugar tan céntrico y angosto suponía un riesgo para la ropa de fiesta de los que osaban entrar en la plaza por este estrecho acceso. Una mancha causada por las deposiciones de las cigüeñas suponía perder “el traje de los domingos”, y conseguir otra nueva vestimenta de fiesta no era cosa fácil.
Para tratar de impedir estos accidentes, todos los años se destruían los nidos de las cigüeñas. Incluso se llegó a colocar unos cables con corriente eléctrica para que cuando las aves se posasen en alguna de las cuatro esquinas de la torre, que es donde anidaban, padeciesen una descarga que las obligase a alejarse de estos lugares. ¡Todo inútil! Las cigüeñas, a pesar de estos esfuerzos, terminaban por sentar sus reales en estos lugares.

Los cinco casinos que existían en la Plaza colocaban en sus puertas unos veladores, con lo que se reducía el espacio destinado a pasear, pero este inconveniente se veía compensado por el hecho de que aquel a quien su economía se lo permitía se sentaba en estas pequeñas mesas a tomar un refresco con su novia, pues, al no poder entrar en los bares las mujeres, esta era la única manera que tenían de descansar tras un largo rato dando vueltas. Bueno, en realidad también podía tomarse un respiro sentándose en el poyo del paseo de arriba, pero para ello había que estar pendiente de coger el sitio cuando alguien se levantaba, ya que el citado asiento estaba siempre a tope.

Delante de la fachada del Ayuntamiento, entre la puerta del mismo y la esquina del “paseo de abajo”, se situaban los “puestos” de caramelos, cacahuetes, almendras, castañas, pipas de girasol y garbanzos “tostaos”.

En verano, “tío Sánchez” enriquecía este lugar con su carro de helados. Por una “perra gorda” daba media “galleta” con un poco de helado en uno de sus extremos. El cucurucho era más caro. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de los que estaban cerca del carro era una máquina con la que tío Sánchez preparaba unos helados muy especiales. Una “perra gorda” era una moneda de 10 céntimos de peseta. A la peseta se le llamaba “la rubia”. La preparación de estos helados requería el siguiente ritual: Tío Sánchez ponía una oblea en el fondo de la máquina, el cual podía subirse y bajarse para, de este modo, regular el espacio que debía quedar relleno. Con una paleta colocaba el helado en este hueco y, encima, colocaba la otra oblea. Subía el mando del aparato y el “bocadillo” salía impecable. ¡Menudo bocadillo! Este helado sólo estaba al alcance de unos cuantos. La mayoría se conformaba con aquella pequeñísima porción de la “perra gorda”, que era chupada con gran cuidado para que durase cuanto más tiempo mejor.

Y el continuo caminar seguía en los dos paseos y en la Plaza. En la Plaza se llegaba hasta la altura del quiosco, se daba media vuelta y se caminaba hasta los veladores del bar de Corchuelo.

A todo esto hay que añadir la música con la que nuestra magnífica Banda amenizaba la fiesta desde lo alto del quiosco. En la memoria de todos se grabaron para siempre los nombres de las melodías más comunes: “España cañí”, “En er mundo”, “Chulumbelerías”, “Pepita Jiménez” “El Gallo”,...

Este paseo era lo que verdaderamente diferenciaba los días de fiesta de los laborables. Por esto no importaba el tiempo que hiciese. ¡Aunque cayesen chuzos, había paseo! En invierno hacía bastante frío, pero con un buen chaquetón o con una de aquellas gruesas pellizas, con su cuello de piel de conejo, se estaba en condiciones de dar vueltas y vueltas en la Plaza.

Dado que las chicas no salían durante el resto de la semana, esta era la única oportunidad que los chicos tenían para “tirar los tejos” a las que les gustaban.

El paseo se interrumpía durante el tiempo necesario para cenar. Tras reponer las fuerzas se reanudaba, aunque en esta segunda parte era menor el número de paseantes, pues ir al cine era una forma de resaltar la festividad del día.

También había quien en vez de pasear prefería pasar los domingos de “tasca en tasca”. Si se terciaba iban a cenar a casa, pero si la cosa “se liaba” incluso podían perdonar la cena. Al final, no tenía nada de extraño que más de uno agarrase un buen “bendo”. Cuando se llegaba a esta situación podía pasar cualquier cosa: organizarse alguna “trifurca”, quedarse dormido en cualquier rincón o pasarse parte de la noche “echando serenatas”.

A mediado de los años cincuenta se asfaltaron las calles de Sevilla y de Manuel Gómez. Esto motivó un cambio en cuanto al espacio reservado para pasear. La Plaza se vio obligada a ceder su hegemonía a estas calles. No sólo se produjo un cambio con respecto al lugar en el que se paseaba, sino que de celebrarse el paseo solamente los domingos, pasó a tener lugar todos los días de la semana.

Las vísperas de las fiestas desarrollaban una actividad especial los que menos tenían, los pobres, que eran bastantes. Estos días, para hacer acopio de algunas monedas con las que celebrar el día festivo, los pobres formaban grupos que se dirigían a las casas de las familias más pudientes con objeto de pedirles una limosna. En unos sitios les daban comida y, en otros, recogían unas monedas.

Es posible que el hecho de ir pidiendo divididos en grupos fuese para, de esta forma, tratar de no llamar la atención en exceso, pues, al ser el número de pobres existentes en el pueblo muy elevado, tal vez pensasen que al pedir limosna yendo divididos en pequeños grupos pasaban más desapercibidos, toda vez que el impacto que se producía al abrir la puerta de la casa en la que pedían no era igual si quien abría encontraba una multitud o un grupo reducido

Estos recorridos pidiendo limosna tenían lugar en todo tiempo, independientemente del clima que hiciese.

Cuando los pobres llegaban a una vivienda en la que no estaban para muchas alegrías, ante su sola presencia solía oírse al fondo de la casa la frase: “Perdone Vd. por Dios”. Estas palabras les hacía patente que no tenían posibilidad de recibir limosna, por lo que quien pedía no insistía. Se encaminaba hacia otro lugar.

---------------

Además de los domingos, había otras fechas festivas, pero todas se celebraban de forma similar, aunque había algunas que por su solemnidad y tradición destacaban sobre las otras. Entre las más sobresalientes no dudamos en resaltar aquellos “tres jueves tiene el año que relumbran como el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”; el día de la Patrona, la Virgen de Flores y el día de Rocamador

El día del Corpus constituía uno de los de más carácter del año. El Corpus siempre ha sido en nuestro pueblo un día importante. Se engalanaban con gran cantidad de juncia las calles por las que iba a pasar en procesión el Santísimo. La Custodia era portada por el párroco, revestido con los más lujosos ornamentos, caminando bajo palio y teniendo como sonido de fondo el tañir de las campanas, que no cesaba durante el tiempo que duraba el recorrido de la Sagrada Forma por las calles del pueblo. El palio, bajo el que marchaba el sacerdote, iba flanqueado por largas hileras de mujeres y tras él marchaban las Autoridades, la banda de música y los hombres del pueblo. Finalizada la procesión, el resto del día se celebraba como antes se ha reflejado.
 

FECHA INSTALACIÓN CONTADOR

23 MARZO 2007

FIN CONTADOR