viernes, 25 de febrero de 2011

El Carnaval

CARNAVAL

Carnaval es sinónimo de broma, disfraz, “cacos” y “pegas”. El carnaval de los años cincuenta no llegaba a ser fiesta, ni siquiera era Carnaval. Era algo que se sentía, que se intuía, algo que en otro tiempo había sido, pero que entonces no era. Algo que se quería y que no se podía. Eso era el Carnaval.

Se notaba que en el pueblo había tradición de carnavales. No cabía duda de que había un viejo “poso” que la gente patentizaba por su gran deseo de salir a la calle vestido de “máscara". Un “poso” que emergía en forma de incontenidas intenciones de celebrar la fiesta.

Y es que, en efecto, los carnavales, en años anteriores, se habían celebrado con mayor solemnidad: bailes, pasacalles, concursos de disfraces, etc. Esta tradición se hacía patente por los comentarios de los más mayores que, cuando llegaban estas fechas, se deleitaban contando cómo habían sido sus carnavales de jóvenes, con cuanta alegría habían participado en los bailes y de qué se habían disfrazados.

Ahora los carnavales estaban prohibidos, sin embargo, se celebraban, aunque para ello hubiera que evitar pasar por las principales calles del pueblo. A escondidas, las chicas se vestían de hombre y ¡qué raras se les veía! Aquellas caderas no entraban en los estrechos pantalones del padre o del hermano; porque los padres y los hermanos no solían tener kilos de más, la dieta imponía una figura, más que esbelta, delgada.

Los que hacía años que habían dejado atrás la infancia, por medio del disfraz se convertían en niños y los más decididos incluso se atrevían, por unos momentos, a “travestirse”, es decir, se vestían de mujer. A quienes se disfrazaban se les decía que iban de “máscaras”.

¿Y la música? La música la ponía alguna flauta de caña, la adiamantada botella de anís y las palmas, porque las palmas, ese artilugio que todos llevamos en nuestras manos, sirven para todo. Con estos instrumentos se construía la rítmica melodía de acompañamiento.

Había canciones típicas de los carnavales, pero tal vez la más recordada sea aquella que decía:

Ya vienen los carnavales,
la feria de las mujeres,
la que no le salga novio,
que espere al año que viene.

Al final, no era extraño que la fiesta terminase en carreras. Carreras de huidas por temor a todo. Temor a ser reconocidos por el vecino. Temor a los propios padres. Temor al “que dirán”.

Llegaba la noche y, con ella, los “cacos”. Cualquier cosa servía de caco: un puchero viejo; una gran piedra, que cuando la arrojaban al interior de la casa y rodaba a lo largo del pasillo formaba un infernal ruido; un viejo tiesto de maceta; un petardo y un largo etcétera que englobaba objetos de mal y, también, de pésimo gusto.

Un tipo de “caco” de mal gusto lo constituía un cacharro con brasas en las que se ponía una guindilla. Este cacharro se colocaba sigilosamente, dentro de una casa y el humo que se desprendía hacía que quienes estaban en el interior de la casa comenzasen a toser y estornudar.
Entre los cacos que merecen ser recordados, por su inocencia y buen gusto, se encuentran unos pequeños muñecos fabricados con un garbanzo y un pequeño trozo de tela.
El garbanzo, cuya pequeña parte saliente semeja una nariz, era la cabeza del muñeco. Alrededor del garbanzo, y dejando sin cubrir “la nariz”, se anudaba un trozo de tela, que era la falda. Con, esto, teníamos ante nosotros la pequeñísima figura de una vieja.

En las noches de Carnaval se reunían unos cuantos zagalones y no faltaba alguno que dijera

- "Vamos a “pegarla”

Y allá que iban todos con él a echar “una pega”. Llegaban a una casa, entreabrían la puerta y preguntaban:

- ¿Se puede?
- ¡Adelante!
-¿La camisa de usted tiene volante?

Habían “picado”. Y se soltaba una sonora carcajada.

Ese era el Carnaval de los años cincuenta.

1 comentario:

Jesús dijo...

No han sido estas fiestas precisamente las que más me han agradado. Recuerdo que en el año cincuenta, con motivo de ellas, aunque estaban prohibidas, a las mujeres de mi calle se les ocurrió una tarde de formar un grupo de niños disfrazados "a su manera", y mi madre tuvo la "genial idea" de vestirme con ropas sacadas de la cómoda; el resultado fue por lo menos grotesco, pues no sé lo que consiguió, lo que sí fue cierto que no me conocía ni la madre que me parió. Salimos a dar una vuelta por el pueblo y me las ví y me las desee para que los niños que seguían la comitiva no me desenmascaran, se ve que llamó mucho la atención mi indumentaria. Cuando llegué a casa llevaba un monumental "cabreo" y le dije a mi madre que no pensara más en mí para cosas de ese tipo. Anécdotas de aquella época.
Cordial saludo.

 

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