jueves, 5 de enero de 2012

El Día de Reyes


EL DÍA DE REYES
Encinasola era un pueblo en el que escaseaban los juguetes. No se trata de que en aquellos años no existiesen casas comerciales que se dedicasen a la fabricación de juguetes, sino a que los mismos no llegaban al pueblo y es que, si nos paramos a pensar un poco, nuestros padres tenían necesidades más importantes que atender antes que plantearse comprar aquellas “cosas de niños”.

Nos llegaban rumores de que existían unas famosas muñecas a las que llamaban Mariquita Pérez, pero en el pueblo las niñas disponían de unas hechas de trapo que las suplían con holgura. Los chicos también oían hablar de los “mecanos”, que eran unos juguetes que, al parecer, permitían montar cosas diferentes, coches, torres, casas, etc., pero ellos, con un trozo de madera y una navaja, podían hacer lo que se les antojase. De todas formas, lo bueno es que como la mayoría de ellos nunca llegó a ver un mecano tampoco se les despertó el deseo de tenerlo. “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

Como ya dejamos constancia en la obra titulada “ENCINASOLA 1950-60. Nuestros Juegos”, 255 páginas, de la que es autor José Domínguez Valonero, editada el año 2004, los juguetes que las niñas podían recibir en estas fechas eran alguna panera con su “refregadero”; - aquella tabla de unos 30 cm de ancho por 50 cm de largo que presentaba dentada su mitad anterior y que era imprescindible para lavar la ropa, pues era sobre el donde se refregaba una vez mojada e impregnada en jabón para, de esta forma, facilitar el desprendimiento de la suciedad - una mesa con sillas; una cama o un armario, construidos ex profeso por un carpintero, y los consabidos platos, ollas y sartenes. Como vemos, se trataba de juegos que les adentraban en el mundo de las tareas domésticas que, a la postre, constituían el fin último de su educación.
En cuanto a los niños, me atrevería a decir que la gama de juguetes que se les ofrecía era similar, pues sólo alcanzamos a verlos ante una pelota; un repión; un camión de madera; una pistola que al dispararla lanzaba un tapón de corcho, el cual estaba atado al cañón para evitar que se perdiese, o algo similar.

Nunca nos cansaremos de repetir que los juguetes de aquellos años eran fruto de la imaginación y de la habilidad que cada cual tenía para fabricarlos, por esto, aunque los niños carecían de juguetes, tenían de todo: Con una piedra jugaban al fútbol en el paseo de abajo, cualquier pedrusco era un coche y el menor palo servía de barco, además, hacer un avión de papel no era nada del otro mundo, así es que artilugios para jugar no les faltaban. Ningún niño se aburría.
Podían faltar juguetes, pero sobraba ilusión. Aun teniendo escasas esperanzas de que los Reyes Mayos les pudiesen traer algún tipo de juguete, los niños esperaban esta fiesta con ilusión e impaciencia.

Hay que reconocer que ahora es más fácil creer en la existencia de los Reyes Magos. ¿Cómo no van creer los niños en los Reyes de Oriente si cuando se aproximan esas fechas existe una machacona publicidad que les mete por los ojos los regalos y la TV les transmite en directo las cabalgatas desde los más lejanos lugares? ¿Es que, en la mañana del día 6 de enero, no aparece la casa llena de muñecas, coches eléctricos, video juegos, ordenadores, etc.? En los años 50, en cambio, no se daba ninguna de estas circunstancias, pero el deseo de ser el centro de las miradas por unos momentos, y la esperanza de que algo “cayera del cielo”, les movía a tratar de que la ilusión no se desvaneciese.

Como norma general, la noche del día cinco de enero, la Noche de Reyes, no había cabalgata. Sin embargo, hubo años en los que se hicieron tímidos intentos para que unos caballos con los Reyes Magos sobre sus lomos recorriesen las calles de Encinasola. Gracias a esto los niños pudieron contemplar alguna sencilla cabalgata.

Sin embargo, podríamos decir que el primer desfile solemne que mereciera el calificativo de Cabalgata de Reyes circuló por las calles de Encinasola con posterioridad a la década de los cincuenta, o sea, cuando para los nacidos en la época del racionamiento y del estraperlo ya se había desvanecido la posibilidad de recibir, como regalo, algún juguete.

Aquellas esporádicas “cabalgatas” salían de la casa que está junto al huerto de la Fuente del Rey y subían por la calle de la Fuente entre el regocijo de todos los que estaban en edad de vivir la enorme ilusión que esa noche despierta. El recorrido de estas cabalgatas era corto, se limitaba a pasar por las calles de Manuel Gómez, Sevilla y, por el Ensanche, se dirigían hacia la Cobijá.
Muchas veces oímos contar que durante una cabalgata que se organizó en Encinasola una antorcha incendió la barba de uno de los Reyes Magos. Si esta desgracia pudo ser la causa de que durante años no hubiese cabalgata es algo que no nos es posible determinar, pero, cualquiera que fuese la razón, lo cierto es que al menos una generación de marochos - que este es el gentilicio que se aplica a los nacidos en Encinasola - no pudo sentirse invadido por ese nerviosismo que ahora dificulta el sueño de los más pequeños en esa mágica noche del cinco de enero.

Sin embargo, aunque no hubiese cabalgata, los Reyes Magos llegaban cada año. Habría pocos juguetes, pero sí era común que al levantarse el niño encontrase una cesta adornada con un paño blanco dentro de la cual sus padres habían depositado unos caramelos, confites, almendras, bellotas, etc. Si además de todo esto en la cesta aparecía “un detalle”, el niño rebosaba de alegría.
Un pequeño detalle, para dar cierto colorido a la cesta, podía consistir en un globo que presentaba en su boca una cánula que facilitaba su llenado y que, al mismo tiempo, hacía que durante el llenado y el vaciado emitiera un pitido. Otra “atracción” novedosa era un pajarito de cera o de barro al que se le ponía en el interior un poco de agua, al soplar por un tubo imitaba el sonido de esta pequeña ave. A veces, también se encontraban con unas monedas de chocolate y con algún paquete de cigarrillos de este mismo producto.

Algo que solía aparecer entre los caramelos eran unas tiras de “pega peos”. Se trataba de una tira de papel con unos bultitos en forma de botones de color rojo. Se refregaba uno de aquellos botoncitos por el suelo o por la pared y empezaba a dar pequeños estallidos, se decía que “pegaba peos”, de aquí les venía el nombre.

Otros artilugios que acostumbraban a formar parte de los regalos eran las calcomanías. Eran unas estampitas que se humedecían, se colocaban sobre la piel o encima de la tapa del cuaderno del colegio, se les pasaba el dedo por encima unas cuantas veces y luego se despegaban, con lo que aparecía un vistoso dibujo en la piel o en la cartulina.

El simple hecho de recibir un puñado de caramelos y algún que otro “detalle” suponía una gran ilusión. El día de Reyes se esperaba con la misma ansiedad con que se espera en la actualidad. Y es que la ilusión infantil es siempre la misma.

Esta ilusión, este esperar con tanto anhelo el día seis de enero, duraba hasta aquel día en el que decías que “ya sabías quienes eran los Reyes Magos” “Que eras mu’ listo”. ¡Y tan listo! ¡Como que a partir de ese momento se te acababa “el rollo”!.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Pepe, espero te vaya bien en tu nueva andadura, seguro que nos ofreces vivencias que todos hemos compartido.
En cuanto a los Reyes Magos yo les tenia puesta toda mi ilusión, y algo cayó, pero pronto debieron verme crecidita y se acabó el chollo, de poco valia ser buena !Vaya sofocones me cogia el 6 de Enero!

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...

Es continuación del anterior, se me ha escapado sin identidad, soy Pilardd.

Anónimo dijo...

Hay que ver, para los que tenemos veintipocos nos es dificil imaginar como hace solo 50 años era todo tan diferente.
Realmente nunca me había parado a pensar cuando comenzaron las cabalgatas en el pueblo, estamos acostumbrados a verlas todos los años que parece que ha sido así siempre.
Pero eso sí, hay cosas que nunca cambian, por que yo también he jugado a los coches con piedras o con chitos de madera, a los caballos con un palo y a pegarme las calcamonías que venían en los chicles como si fueran tatuajes... aunque está claro, no como regalo de reyes.
Lacimurgo

 

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