jueves, 16 de agosto de 2007

IR DE COPAS

Relacionar el número de comercios, talleres o bares que existían en Encinasola en la época a la que nos estamos refiriendo es tarea difícil, pues corremos el riesgo de olvidarnos de algunos de ellos. Sin embargo, a pesar de que podamos incurrir en inexactitudes, vamos a hacer un breve recorrido por los casinos del pueblo.

Los casinos han constituido el punto de encuentro de todas las clases sociales de Encinasola. Ellos han sido, y siguen siendo, el lugar en el que se citan los amigos. El casino ha sido el espacio en el que se han realizado las transacciones comerciales, comprar, vender o alquilar han sido operaciones que se han desarrollado con la mayor normalidad al amparo de un vaso de vino; En ellos se pasaban las horas practicando los inofensivos juegos del ajedrez, el billar, el chamelo o a aquellos otros que han conducido a la ruina a alguna familia.

Concebir la vida del pueblo sin la presencia de los casinos es imposible. Cualquier parte del pueblo puede llegar a ser prescindible. Sin el casino, la vida en el pueblo es impensable.

En el momento de su apertura, los casinos aparecían limpios, perfectamente barridos y fregados. Este estado de limpieza era mantenido en algunos de ellos, sin embargo, en la mayoría, junto al mostrador se iba formando una tupida alfombra de palillos de diente, colillas, huesos de aceitunas, aquellas partes de las tapas que eran despreciadas por los parroquianos, restos del vino que se derramaba y otras excreciones humanas que omitimos.

Indefectiblemente, detrás del mostrador aparecía una estantería donde estaban colocadas las botellas de los diferentes licores con que contaba el establecimiento. Lugar destacado ocupaban el aguardiente y el coñac, las dos bebidas fuertes que más eran consumidas. Colgada de una puntilla, clavada en uno de los travesaños, estaba la pizarra en la que cada día se anotaban las tapas que podían acompañar a los vasos de vino.

Cada uno de los casinos del pueblo tenía sus propias características. No nos es posible enumerar las de cada uno de ellos, pero no renunciamos a dejar constancia de las que recordamos de aquellos que mejor conocimos. Lo común a todos ellos era el vino blanco de La Palma del Condado. Muchas eran las bodegas vinícolas del Condado, pero viene a nuestro recuerdo el nombre de las Bodegas Castizo. Se prefería el vino blanco, pues el tinto era escaso.

Para hacer un recorrido por los casinos del pueblo, comenzaremos por el punto más alto de la villa, y, para esto, nos situaremos al inicio de la calle de San Andrés, frente a la casa rectoral. En este punto, al inicio de la calle encontrábamos el bar de “Faldriquera”, en el que predominaban las tapas de carne guisada.

Enfrente de la Iglesia se situaba el casino de Francisco Adrián. Este casino presentaba dos particularidades: Una, que las tapas eran escasas, pues, aunque a veces había algo de carne, lo más común era que sólo contase con algunos altramuces o cacahuetes, y, otra, que, por lo general, nadie llevaba control de lo que se consumía. Como no se llevaba control de lo que la clientela tomaba, eran los propios parroquianos, cuando daban por finalizada “la visita”, quienes decían lo que habían tomado y procedían a pagarlo. Ya en los años sesenta, este pequeño bar fue el domicilio social de “La Peña de los amigos”. Esta peña llevaba a cabo algunas actividades peculiares entre las que se encontraba plantar un pino el día de San Juan.[1]

En la misma esquina de la torre, en la primera casa del lado derecho de la calle de Juan Velasco, había un pequeño bar que cambiaba de dueño con cierta frecuencia y que creemos recordar que se llamaba “Bar Litri”. Este bar, no sólo cambiaba frecuentemente de dueño, sino que aparecía y desaparecía con igual facilidad.

En la Plaza había cinco casinos. En la primera casa de la izquierda encontrábamos el de Candelario López, llamado “Bar La Alhambra”, que, posiblemente, era el más cultural, pues en él se reunía la intelectualidad del pueblo. No en vano tío Candelario era un consumado poeta, un magnifico aficionado a la tauromaquia y un gran amante de la literatura.

Un poco más abajo, después de las escuelas y del Juzgado, estaba el Casino de Arturo. Cuando entrábamos en este bar encontrábamos, al lado izquierdo, un alto mostrador que por su parte interior estaba a un nivel más elevado, de esta forma tío Arturo dominaba plenamente la situación. Frente al mostrador teníamos un enorme salón repleto de mesas. Había que cruzar la casa para llegar a un gran patio que, en ocasiones, servía de pista de baile.

Poniendo límite entre la Plaza y la calle de Portugal estaba el bar de “Escruco”, que era angosto, escasamente ventilado, poco iluminado y en el que se produjo un gravísimo incidente que costó la vida a su dueño.

En la esquina con la calle del Reducto abría su puerta el casino de “Corchuelo”, llamado el “Bar Moderno”. Este era un bar de reducidas dimensiones, posiblemente el más pequeño del pueblo. Sus tapas eran excelentes, pues Feliciana era una verdadera maestra del arte de la cocina.

Por último, en la Plaza, teníamos el Casino del Rincón. Su mesa de billar era el punto de encuentro de los más jóvenes. Tío Antonio tenía que estar muy pendiente de que no se “colaran” los que por su corta edad no tenían permitido entrar en estos locales. El casino del Rincón era famoso por su excelente café. Contaba con varias camillas, que solían estar ocupadas por jugadores de dominó que se llevaban horas “liados” con el “chamelo”. En invierno, unos buenos braseros hacían agradable estar sentados en estas camillas jugándose un café. Era un casino tranquilo, serio, pues tío Antonio no permitía la entrada de personas que llevasen alguna copa de más ni que se formara ningún tipo de jaleo.

Bajar por la calle de Portugal era encontrarse con “El Barrilito”. Gratos recuerdos vienen a nuestra mente cuando se presenta ante nuestros ojos la puerta de “El Barrilito”. Inolvidable es la imagen de Félix, puro nervio, y Carmen, su esposa, siempre en aquel pequeñísimo cuarto que, aprovechando el hueco de la escalera, le servía de cocina. Famosos eran sus chocos. Los freía como nadie. Detrás de aquella larga barra, haciendo de camarero, fue donde algunos aprendimos a ganar nuestras primeras pesetas y donde Quico, quien hoy en este mismo lugar regenta un bar de mayores dimensiones que el que describimos, dio sus primeros pasos en el oficio.

En la esquina con la calle de Oliva estaba el Casino de la Unión, que también era conocido como “Casino de los Ricos”. Contaba con una mesa de billar y, como nota de distinción, en el primer cuarto de la derecha encontrábamos un piano, que sólo lanzaba sus notas al aire en muy contadas ocasiones, pues no había muchas manos que supieran arrancarle alguna melodía. Este casino, junto con el de “Arturo”, eran los únicos que organizaban bailes con orquesta.

En el Ensanche había tres casinos: El Casino de Jaldón, en la esquina del Arrabal Menor, que fue el primer punto desde el que salían y al que llegaban los autobuses de La Estellesa, que unían Sevilla con Encinasola. Enfrente estaba el Casino de tío Fermín “Machaca”, quien algunas Nochebuenas nos preparaba unas perdices que degustadas después de la Misa del Gallo sabían a gloria. El tercer bar estaba regentado por Simón Torrejón, quien posiblemente en aquellas fechas fuese el más joven de todos los taberneros del pueblo. Más tarde, Simón cerró este bar y abrió uno nuevo en la esquina de la calle de Juan Velasco con la calle de Oliva y, posteriormente, se trasladó a la calle de Portugal.

En la primera casa de la derecha de la calle de Sevilla, tras bajar unos altos escalones, nos encontrábamos dentro del casino de tío Ascensión, es el que hoy llamamos “El Cañizo”. En la esquina con la calle de la Corchuela estaba el de tío Páez y, enfrente, en la misma calle de Sevilla, los dos de los “Talabarteros”: en la esquina de la izquierda el de tío Casimiro, con su pulso tembloroso, su gran humanidad y su mejor corazón, y en la casa siguiente el de su hermano, tío Ángel, hombre respetable y respetado. Con sólo nombrar este último casino aparecen en mi mente aquellas famosas botellas de coñac Las tres cepas, de la casa Domeq, que constituían el más eficaz remedio contra la gripe, aunque hay que reconocer que para aguantar un trago era preciso tener un estómago a prueba de bomba.

Bajando por la calle de la Corchuela llegábamos al bar de la “Parada de La Estellesa” y, luego, al que había en la esquina de la calle de Jerez con la de la salida de Fregenal, el “Bar Tabla”, llamado así porque era una carpintería, la de “tío José el Sillero”.

De regreso hacia el centro del pueblo, pasábamos por “El Tablón”, que estaba en la plazoleta de los Mártires. El nombre de este casino deriva del anterior oficio de su propietario, también carpintero.

Ya vamos la calle del Campo arriba, camino de “La Parrita”, que estaba en la esquina con la calle de Mora.

Había que salir del centro, y, por eso, nos marchábamos a la Corredera, al “Bar Cerote”. Este casino nació como consecuencia de las copas que empezaron a tomar unos cuantos amigos apoyándose en la banqueta de zapatero en la que trabajaba su dueño. Poco a poco fue incrementándose el número de participantes en la reunión, de forma que, al final, terminó siendo uno de los bares más populares de la Encinasola de los años cincuenta.

El camino recorrido ha sido largo, pero, como aún nos quedan energías, volvemos a la esquina de la torre, ya que, bajando por la calle de Juan Velasco, en la tercera o cuarta casa del lado derecho, tenemos un bar con un mostrador muy largo y bastante alto.

Si no cuento mal, son veintitrés. ¿Olvido alguno?

Estos casinos tenían su clientela fija, que la constituían unos grupos de amigos que, al finalizar sus trabajos, se daban cita en ellos. Allí echaban sus partidas al tute, mediante la cual se jugaban “el botellín”, que era una botella de un quinto de cerveza, pero llena de vino.

Esta clientela hacía un gasto fijo, que no solía ser muy elevado. Lo que más rendimiento proporcionaba al casino eran los que podríamos llamar “clientes ambulantes”. Estos eran los que gustaban de ir de bar en bar para así degustar las variadas especialidades de tapas que ofrecían:
Cada bar tenía sus propias especialidades. Las tapas más corrientes estaban constituidas por carne, chocos, sardinas fritas, gurumelos, y las socorridas aceitunas. No creo decir ninguna inexactitud si afirmo que Feliciana, la esposa de Andrés Corchuelo, tenía fama de preparar unos excelentes platos que, servidos en pequeñas dosis, en tapas, hacían las delicias de aquellos que se acercaban al bar que regentaban en la Plaza.

El hacer un recorrido tomando copas por todas las tabernas que se han relacionado parece excesivo, podemos pensar que es una barbaridad, sin embargo, no dudéis de que había quien de vez en cuando, algún que otro fin de semana, los recorría en su totalidad, ahora bien, era normal que no se apurasen los vasos, sino que, disimuladamente, se derramase en el suelo gran parte sus contenidos. De todos modos, no se sentía ningún temor a la cirrosis, pues era creencia general que “cuando el vino se suda, no hace daño”.

En el pueblo existía una gran competencia entre los que ejercían la misma profesión. Era tal la competencia que había entre los que tenían el mismo oficio que esto motivaba que algunas familias, por este simple hecho, no se hablasen. Sin embargo, esta circunstancia no se daba entre los componentes de este gremio, pues, a diferencia de los demás, entre sus componentes existía una gran camaradería, lo que motivaba que en alguna ocasión, por ejemplo: una vez que finalizaba la feria de septiembre, organizaran una comida en la que participaban todos los taberneros del pueblo.[2]


[1] La descripción de una de estas fiestas de San Juan podemos encontrarla en el “Ecos de Flores” número 90, de 15 de julio de 1963. La fácil pluma de D. Candelario López hace una fiel descripción de ella.

[2] En el “Ecos de Flores” de 1 de noviembre de 1963, D. Candelario López nos narra una de estas reuniones, concretamente la primera que celebraron.

1 comentario:

caren dijo...

Pepe, no veas como me he divertido con la historia de los casinos. Me imagino el recorrido por todos ellos tomando un vinito, o una cerveza con tapa incluída y lo menos he engordado dos kilos, aparte de acabar un poquito mareada.
VEINTITRES NA MENOS.
Saludos.
M.Carmen

 

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